sábado, agosto 26, 2006

RECUERDOS POSTALES EN NAVIDAD 16/12/04

RECUERDOS POSTALES EN NAVIDAD

Hace unos años los hermanos Antonio y Rafael López Yeto, q.e.p.d. los dos, compañeros de Correos, escribieron muchas vivencias que les ocurrieron a ellos y a muchos de nosotros que aún estamos por aquí dando la lata en un libro inédito que merecería su publicación, mayormente por lo que ocurría en nuestro cuerpo postal durante medio siglo. Ahora que se acercan las Pascuas, como siempre se le llamaba a estas fechas tan señaladas, entonces en Correos se amontonaba el trabajo cuadruplicando su servicio con el mismo personal, y algunos jefes con ganas de medallas sin importarles una mierda la sobrecarga de trabajo de sus subordinados. Entonces no se contrataba a nadie, solo habíamos funcionarios e interinos, y pare de contar. Como Franco aún estaba en El Pardo, los sindicatos estaban en las sombras medio acojonados sin poder hacer nada, aunque algunos ya hacíamos nuestros pinitos; las cartas epistolares eran las reinas de las Navidades junto con los mini sobres donde se enviaban las tarjetas de visitas felicitando las fiestas. El caso es que el franqueo de esos sobres tan pequeños costaban lo mismo que una carta normal, pero claro, para mucha gente era más importante enviar una tarjeta de visita que una de Navidad, que es lo típico. Como ejemplo diré que costaba lo mismo una carta que el autobús o un periódico. Estos sobres tenían la particularidad, por lo pequeños que son, de amarrarlos aparte porque se salían del paquete y se descoordinaba todo el trabajo de horas de clasificación, o sea que eran un coñazo; los compañeros antiguos que me lean lo podrán afirmar. Las cartas por estas fechas, parecían subirse por las paredes, tenían vida propia, se clasificaba en cualquier sitio, tanto encima de una tabla entre dos banquetas, como en el mismo suelo. Los códigos postales solo los veíamos de las que llegaban del extranjero; aquí en España no existían y los buzones tampoco teniendo por obligación que subir la correspondencia a “música talón” por las escaleras del vecindario, aunque muchos usábamos un silbato y los destinatarios bajaban o lanzaban una cestita amarrada a una cuerda. En cada cartería existían las figuras de los “sabios” y el “lector”. Éste era el encargado de pregonar a viva voz, antes de su devolución, los nombres y domicilios que eran desconocidos, y cuando algún nombre era reconocido por uno de nosotros decíamos: “mío”; y los sabios, que solían ser los carteros más antiguos eran los que se sabían los nombres de casi toda la población, como los nombres antiguos de calles, por ejemplo en Melilla a la calle José Antonio Primo de Rivera, antiguamente se le llamó: Conde del Serrallo. Toda la carga había que transportarla sobre el hombro, llamando a la antigua cartera de cuero: “El Suaviza lomos”, y bien que lo suavizaba la muy cabrona; los carritos no existían. En una de las páginas de este libro se puede leer que estaban dos carteros, por estas fechas de tanto trabajo, sentados en un bar de la Alameda almorzando, porque a sus casas era imposible desplazarse ya que entonces la hora de entrada era a las siete de la mañana pero la de salida podía ser hasta que no se veía el sol, y de pagar horas extras, tararí que te vi. Estos después de estar currando ocho horas quedándoles otras tantas, comieron como dos antiguos curas convidados, finalizando el almuerzo con dos cafecitos y la copita de coñac, que para eso estaban en Navidad y además que se lo merecían. Después de que el camarero retirase los platos de la comida cuando estaban tomando el café y el licor se presentó un parroquiano que solía tener fama de roñoso y ser un fantasmón. Sin dar los buenos días le dice al camarero, todo espléndido y para darse importancia: “Lo que hayan tomado los carteros corre de mi cuenta”. Yo creo que fue el último farol que se tiró el tío al saber que los dos “postmans” se habían hartado de jalar pagándolo él todo, por jilipollas.
También por estas fechas, y con un frío que pelaba, una vez que un cartero de giros estaba prestando su servicio por el carril De la Cerda, en Pedregalejo Alto, justo donde se encuentra el Sanatorio San Francisco, se le acerca una chaval alto y bien parecido preguntándole si le haría el favor de llevarlo hasta la carretera de El Palo para coger el autobús; sí, hombre con mucho gusto, díjole el cartero, ya que estaban muy lejos de donde deseaba ir; y así hablando de cosas banales, éste le pregunta al muchacho: “ Yo ya te he visto varias veces por aquí, ¿no eres empleado del sanatorio?”; “No, que va, a mí mis padres me han encerrado aquí porque dicen que estoy loco y ahora me voy a escapar, para que se jodan y me busquen”. ¡Toma ya!. Cualquiera era el guapo que daba la vuelta y tiraba con la vieja Motobic amarilla (aún no habían vespas) para arriba, hacia el sanatorio. Imagínense un cartero con una cartera llena de dinero y con un loco de paquete en la moto oficial, y además agarrándose con las manos en el cuello. El camino se le hizo más largo que de costumbre. Ya no volvió a llevar a nadie en la moto, ni siquiera en la suya particular, solo a sus hijos y a su mujer.
Reciban un saludo y que pasen unas Fiestas agradables, en particular a los que están enfermos y a los que tienen que hacer servicios esos días tan señalados, a todos Feliz Navidad y un 2005 lleno de ventura y felicidad. Y a mis compañeros postales que el trabajo les sea leve, aunque lo dudo.
Reciban un cordial saludo.
Juan J. Aranda Málaga Navidad de 2004


Juan J. Aranda
Málaga diciembre de 2004