sábado, agosto 26, 2006

POEMAS NOVIEMBRE 2004

POEMAS NOVIEMBRE DE 2004

Cuando en Melilla desciende
el vespertino crepúsculo africano
la Retreta y el Parte
de sus cuarteles escapan.
Es la corneta llamando:
“¡¡Coronel: Parte, Coronel: Parte!!”.
más tarde es el Silencio,
toque que suena asustando al viento.
Melilla, ciudad infinita de cielo añil,
donde las mañanas se ven junto al mar
pinceladas de vapor en la arena.
Es cuando la romana diosa de la caza,
para que la tropa se levante,
grita con notas de estridente poesía,
oyéndose en sus calles,
que se enredan y desenredan
como un invisible y sonoro hilo
de la disciplinaria llamada matinal.





Escrito en la Desinfección Vizcaya en 1965, cuando escuchaba los distintos toques de corneta del vecino cuartel de Caballería de Alcántara.



















Una calle angosta y estrecha
tiene Rusadir,
que en vez de calle
es cicatriz de herida
de héroes por siglos asediada.
Solo acercando el oído a sus nombres,
trágicos y borrosos por el tiempo,
que ya nadie conoce,
pueden escucharse en los acantilados
las olas romper y
gritándoles constante,
que a las guerras debieran ir
los Demóstenes con sus arengas
para que arrojen escudos y espadas
en los campos de batalla.
Todos ellos están esculpidos
en las viejas losas olvidadas
y rotas de la Purísima.







Escrito en una de mis visitas al Cementerio y observar el lamentable estado en que se encontraban muchas tumbas de héroes que tienen sus nombres en nuestras calles melillenses. Me cuentan que en la actualidad las han remozado dándoles su justo merecimiento en nuestra Historia.










El amor, misterio y sensación sublime que sentimos las personas, es la armonía de los sentidos que el corazón hace entrega sin pedir nada a cambio. Es tener los ojos de engañosa y melancólica expresión. Cuando escuchamos con nitidez la música en nuestras almas, es como el viento de nuestra niñez que vuela por las calles que corríamos de niños. Era apenas un crío de edad lejana, cuando algún mayor me preguntaba qué deseaba ser cuando fuera grande; yo le contestaba que quería ser siempre niño, que para mayores estaban mis padres, o ellos, los preguntones. Melilla me dio la impronta, me transfirió, comunicándome la autoestima de su bella y singular idiosincrasia, crisol de toda la Península. Hollada por el paso de las tropas durante siglos, y a pesar de compatriotas “descafeinados”, ella tiene el sello indeleble de España. Málaga, nuestra hermana mayor, ciudad amable de clima inocente, con su sempiterno sol durante todo el año, hace varias décadas me recibió como a uno de sus hijos. Yo digo con egoísmo que es porque soy nieto, hijo y padre de malagueños, y algo de ella correrá por mis arterias. A veces mi imaginación vuela como una golondrina, siendo las gaviotas con sus crueles picos pescadores las que me trasladan hasta esa otra orilla. Otras me hacen ser un niño invisible sin que nadie me pueda observar mientras deambulo por las calles llenas de gente. Muchas de las palabras que salen de mi ordenador son inventadas por las flores, por las nubes y la lluvia; unas son blandas como el merengue antiguo muy azucarado, o como la mantequilla cortada en verano; otras son cuadrilongas como los dados y lisas como el cristal. Lo que soñaba en el vientre amniótico de mi madre a veces parece que es real; es cuando el rostro de mi padre desde mi alma me sonríe. Entonces me aferro a la melodía de una buena sinfonía y virtualmente viajo a Melilla para darme un baño de nuestra peculiar vitalidad española. Recibir el frescor y la suavidad de sus gentes en armonía con sus calles limpias; siendo como bucear en un mar tranquilo sin apenas olas. Es como conectar la sensibilidad con la memoria lejana y cercana para dar sustancia a lo que en la actualidad podemos observar.