sábado, agosto 26, 2006

AMIGO, VIEJO,TOCINO Y VINO, AÑEJO 23/12/04

“AMIGO, VIEJO; TOCINO Y VINO, AÑEJO”

A veces cuando recibes una llamada por el teléfono y desconoces el número, de momento te preguntas: quién será, quizás alguien vendiéndote una Biblia con el regalo de una flauta para que encantes serpientes, como le pasó a un amigo de Colmenar (Málaga) el día de los Santos Inocentes; menuda guasa tuvo el de la flauta, pero resulta que no era nadie de las encuestas ni tampoco un vendedor de un plan de jubilación que los bancos te machacan a cada instante si ven que en tu cuenta corriente tienes el doble de lo que cobras al mes, o sea: ná de ná. La llamada era de un amigo de la infancia que me lee cada vez que sale un artículo mío en este periódico, mi amigo Paco Romero, vecino de la calle de Castellón, y créanme si les digo que no hablaba con él desde cuando yo tenía el pelo negro azabache, o sea, un porrón de tacos de almanaque. Pero como las amistades imbricadas de la niñez no tienen doblez alguna acto seguido comenzamos a hablar como si nos hubiéramos despedido hacía un rato. Tantas vivencias infantiles y juveniles tenemos que el cartílago de mi oreja, imagino que la de él también, lo tenía adormilado de tanto apretar el auricular. Qué tío más cojonudo y que buena persona es este Paco. Yo lo recuerdo siempre riendo y de guasa constante, serio para sus cosas y amigo de sus amigos. De los que me nombraba, el primero fue su amigo muy personal: Pepe, el de Esperanza, actual policía municipal, y seguidamente salieron Hilario, Pepe de Filo, su hermano Luís, mi primo Juan, Enrique (Quiqui), Paco Roldán, todos músicos, incluso el burro de Valero (cinco patas) y su esposa, la señora Margot; Queti, la que tenía una vejiga de marrano que al inflarla y soltarle el aire sonaba una gran ventosidad al pasar alguien cerca de nosotros, culpándonos a todos los andarríos de la calle; esta señora también alquilaba tebeos a perra gorda (10 céntimos de peseta); las novelas de Corín Tellado (de amores) para las mujeres, y las de Marcial Lafuente Estefanía (oeste) para los hombres, las alquilaba a dos reales. Paco me hizo recordar el refugio, que imagino en la actualidad estará cerrado por los bloques que construyeron al final de nuestra calle de Castellón. Este refugio tenía dos entradas: una cercana a la vivienda de Valero y la otra frente a su casa, igual que el también tapiado situado en la fea escalera; ¿verdad que es fea?, del Sagrado Corazón y final de Roberto Cano. Los “panecitos”, el rancho de las cabras de Juan, que crecían en la ladera de la Batería de Costa, donde disparaban el cañonazo cada mañana a las doce en punto, nos hacían tener unos retortijones de barrigas que más tarde nuestras madres nos los curaban con agua de Carabaña o de aceite de ricino, que para el caso es lo mismo, y ya se sabe que si tomas una pequeña cantidad de esos mejunjes, debes estar sin salir de tu casa durante todo el día porque el apretón no te avisa hasta que la “carga” la tienes en la puerta trasera deseando salir.
El recuerdo de la “Piedra Ahogá”, la pequeña roca bañada por las olas situada detrás de la Bola del Mundo, y cercana a la Poza de la Vieja; dos lugares peligrosos que solamente se aventuraban a bajar los pescadores de caña,….y nosotros, los arrojados cagones. La Poza de la Vieja era una oquedad, especie de cueva, situada en la misma pared del acantilado, donde el agua que se acumulaba cuando la azotaba el levante era, en buen tiempo, una pequeña piscina que el sol calentaba al atardecer. Desde el borde de esta piscina natural nos lanzábamos al mar hasta llegar a la “Piedra Ahogá” para ver si podíamos arrancar unos cuantos mejillones que luego tirábamos o regalábamos a cualquiera. Para llegar a estos lugares debíamos bajar por unos hierros que los pescadores habían clavado en la pared de la roca. No intenten saber como lo hacíamos unos niños de apenas diez o doce años, lo que sí les aseguro que nos bañábamos allí y también en el “Agarraero”, lugar a espalda del Cementerio, donde por aquéllos años se ahogó un chaveílla, con jersey colorado, de las Canteras del Carmen.
Hace unos días leía que una antigua linotipia (limpiada con gasoil) del desaparecido El Popular de Melilla está en el Museo para que todo el mundo la pueda admirar, y me vino a la memoria una señora que vivía cerca de Paco (solo dos puertas hacia el Cementerio) llamada Rosario, que todo el mundo la llamaba “La Populona”, porque en los tiempos en que ese periódico se editaba ella lo vendía en la ciudad. Esta señora tenía dos hijos de baja estatura; recuerdo al de mayor edad que solía anunciar la cartelera de los toros en septiembre con un megáfono a pleno pulmón subido en una camioneta por las calles más céntricas. Le apodaban: “Chevalier” porque solía cantar o bailar como el famoso actor francés. Otros más crueles, burlándose de su baja estatura, solían decirle: “Chevalier, ponte en pié, que nos vamos”. Otro era el vendedor de chucherías, cañadú y arropía “¡a gorda el cacho!” también, cruelmente, le llamaban: La Meona”, por que siempre llevaba los pantalones meados por su dipsomanía.
El refrán con que he titulado el artículo es como el antiguo melillense: “Más viejo que los Balcones de Palos de El Pueblo”, porque no me negaran que esos balcones no son viejos y llenos de historia, y aunque el símil sea exagerado así es mi amistad con Paco Romero, antigua y grata. Todo lo que han leído va dedicado a los que reposan en La Purísima y también a los que quedamos aún aquí dando la lata, ergo coñazo.
Reciban un cordial saludo
Juan J. Aranda
Málaga diciembre 2004-12-23