viernes, enero 06, 2006

Casa de Melilla 17/07/2004

CASA DE MELILLA

     Cuando uno por primera vez recibe el encargo de plasmar en una cuartilla algo ocurrido hace décadas, de cuando era un chavea (palabra melillense y malagueña) pone a trabajar, sin poseer buena memoria, la membrana que envuelve el cerebro; la que alguien llamó meninge. Aunque  pienso que existen grandes despistados que tienen una memoria de elefante. Entonces la capacidad de recordar viene acompañada a veces con desagrado y otras con un gusto placentero y porqué no decirlo, también de alegría, como es ésta.  Nuestro amigo y poeta Juan Hernández (Juanito para los amigos) sabedor de mis inquietudes por nuestra ciudad, me hizo el honor, y créanme que esto es un honor y no-compromiso, de solicitar mi colaboración de escribir algo sobre las distintas verbenas y ferias que hubo en Melilla a mediado del siglo pasado y yo, que cuando me hablan de nuestra ciudad, comienzo a padecer de la enfermedad del romanticismo, pasan por mi mente las imágenes de cuando vestía calzones cortos por la rodilla, época de cuando se escuchaba el primer cohete de la primera verbena que se celebraba en la ciudad, la de La Alcazaba.  Días más tarde, desde la Ensenada de los Galápagos (antigua de Los Viejos), mientras nadábamos a los pies de la barbacana Muralla Real, los petardazos de la verbena de El Pueblo era un aviso para decirnos que en la Plaza del Reloj estaban montados los carricoches y el “dale-que-te-pego” del bombo de la noria de Indalo y, como no, las tortillas de patatas con los porrones de tinto fresquito en la taberna del Manco en la calle de San Miguel, que por cierto, en la actualidad lo han reformado con el mismo “aire” de entonces.  Más tarde era la de Cabrerizas en el Paseo de Colón, con los bailoteos en la Peña del mismo nombre.  Luego había que ir al Tesorillo, a la calle de Fernández Cuevas y la Plaza de Daoiz y Velarde, donde en el patio de Tracción Mecánica, junto al Parque de Bomberos, era donde se bailaba al compás de la música de la Orquesta Trébol (una de ellas), de la que el batería era Emilio, cabo primero del Regimiento Melilla nº 52, y el encargado de la banda de cornetas y tambores del Frente de Juventudes, cuyo director de la música era don Julio Moreno Rodríguez.  Los antiguos, rememorando los años veinte con sus salas de fiestas, llamaban a esta caseta de baile de la feria: el “Dancing”.  La siguiente era la del Hipódromo, en la calle Méndez Nuñez y la Plaza del Callao, donde existía el Casino y era donde también se movía el esqueleto.  También en el recinto de las viviendas de “Corea”, los vecinos organizaban sus alegres movidas festeras.  Recuerdo que la caseta de baile la montaban junto a las rocas, donde más de una pareja, con el murmullo de las olas hablaban sin palabras.  Al finalizar esta solo había que cruzar la calle General Astilleros y pasar a la de Del Real, donde en las calles General Villlalba, La Legión, Castilla y adyacentes ya se podía llamar “feria” y no-verbena, por ser más espaciosa que las de los demás barrios. A espaldas del Grupo Escolar, en la calle Capitán Arenas se celebraban los bailoteos, lo mismo que en el Casino que era donde se cocía toda la organización de la fiesta.  Y finalmente tenemos la del Centro, la de septiembre, copando la Plaza de España, Teniente Coronel Seguí (actual Av. De la Democracia), el Parque Hernández, García Valiño (actual Avenida de la Marina Española), junto al Cargadero del Mineral y la Casa de Socorro, la que los melillenses conocemos por el “Puesto de Socorro”.   Recuerdo que la tómbola de El Cubo, montada en Teniente Coronel Seguí, en la acera de Obras Públicas, a mi madre le tocó el “Cajón”, que no era el famoso Cubo, sino otro premio mayor con cacerolas, jarrillos, muñecas, y lo más importante: el jamón incluido.   Cada día la banda municipal amenizaba en el templete de la música del Parque Hernández donde mucha gente se deleitaba escuchando sus partituras; pero cuando era la banda infantil de la Falange donde todos éramos unos críos, muchas personas aplaudían, quizás con más entusiasmo, por ser eso, unos chaveas de apenas diez o doce años.  Años más tarde se inauguró el Auditórium Carvajal en el Parque Lobera, donde tuve el privilegio de ver, junto a mi padre, algunas zarzuelas y la ópera “La Boheme”.  
     Si al describir las distintas verbenas y ferias he cometido algún error cronológico de fechas, ruego a mis coetáneos lo subsanen con sus recuerdos.  Piensen que nuestra ciudad, Melilla, con su luz parece que siempre es día de fiesta, siendo sus colores la música que “oyen” nuestros ojos.
     Reciban un cordial saludo.