viernes, enero 06, 2006

Sobre el oficio de escribidor 31/05/2004

SOBRE EL OFICIO DE ESCRIBIDOR
     
Alguien dijo que la belleza siempre existe, aunque sea en la vejez, pero nunca en el comportamiento del misógino que odia a la mujer y es fuerte con los débiles y débil con los fuertes.  Más o menos como el que maltrata a su pareja: un cobarde de mierda.  El oficio de poetizar es como el de un orfebre, como el de un escultor que intenta esculpir el culo de una persona de setenta años con las arrugas de la edad, sea de hombre o de mujer.  Hay otros que tienen la suerte de escribir con caligrafía de amanuense y de buen pendolista, pero con palabras vacías que no te dicen nada, solo su fatuidad y su idiotez supina.  Todos los que tenemos la gran suerte de que nos publiquen nuestras “paridas literarias”, como lo hace este periódico, debemos hacer de modestos guardianes de nuestra lengua e intentar ser aprendices de la prosa, de nuestra manera corriente de hablar, y también de cómo nos expresamos, aunque nuestro léxico sea pobretón a falta de lectura.  Intentar ser el descansadero de quienes nos leen, porque pienso que el ser escritor es un rango que solo te conceden los lectores; sin ese rango, es narcisismo y egolatría.  A los lectores, por lo menos, hay que arrancarles una sonrisa o una reflexión, y si te ponen verde te jodes.  Sin ser filósofo, ni mucho menos, solo lector empedernido de todo lo que cae en mis manos, creo que la filosofía sirve para enseñar y para aprender a vivir bien con uno mismo; auténtica tarea de cualquiera que le dé por hacer vibrar las membranas que le cubren el cerebro, o sea pensar positivamente en todo lo que nos rodea.   Algunos libros que caen en nuestras manos y son devorados con fruición robándonos muchas horas de sueño, hay que leerlos de un tirón, y releerlos a menudo para que te hagas la idea de que tienes un pensil florido en las manos, que con solo abrirlo por cualquier página te deleites con sus palabras y amarlas, aunque sean inesperadas, aunque te lleguen de sopetón y llenas de bondad o de sutileza.  Perseguirlas hasta que las tienes en tu memoria; copiarlas incluso para metamorfosear tus escritos.  Los pocos volúmenes que masticamos y llegamos a digerir son los que se instalan a perpetuidad en nuestras almas.  A estos les llamo de cabecera o de consulta, son los mejores.  Otros apenas los probamos los dejamos para cuando estamos aburridos, y sin tomar ninguna nota de ellos.  Dice mi amigo Juan que estos libros aburridos se los lleva al retrete, porque en vez de leerse las marcas y las  composiciones de los champús y las pastas de dientes, que ya las tiene muy leídas y archisabidas, se entretiene con el muermo mientras se alivia el vientre. ¡Qué cosas tiene!.  Pero todos, ya sean muermos aburridos, biografías incunables o libros de eruditos, todos curan una de las enfermedades más peligrosa que existe en el mundo: La Ignorancia.  Esta siempre se coloca en primera fila para que todo el mundo la vea, pero la inteligencia se pone detrás para ver lo que pasa; por si hay “rasca”, la muy cuca, ¡a ver!.  
     Mucha gente creemos que España tiene el problema de haberse saltado de un golpe todo el siglo XIX.  Fue un salto en el que dejaron aquéllos nefastos gobernantes toda nuestra incipiente cultura liberal culpando al tópico de que España es diferente, siendo esta una patraña casposa y absurda.  El viejo de la boina y el bastón siempre decía que no se conoce ningún pueblo culto que sea pobre, ni una sociedad analfabeta que sea rica.  El pensaba que el laicismo auténtico es tolerancia para todo el mundo, donde va implicado el respeto  de todas las religiones.  
El oficio de escribidor es tan sagrado que no se llega nunca, no existe meta alguna, igual que la música y las matemáticas; por eso cuando yo escribo sobre Melilla lo hago por nacimiento, por los recuerdos constantes, y sobre todo por amor a mi esposa que también es natural (legítima) de la ciudad.  Lean como un símil de los hijos legítimos y los naturales.  Nosotros somos hijos legítimos de Melilla.  Es como la cima de mi conciencia como persona bien nacida.  
Por último, y aunque no venga a cuento, y también porque me parece muy chungo, le ruego a nuestro Ministro de Defensa que devuelva la medalla.  Como ya decía hace poco: todo cargo tiene una carga, y el señor Bono por el suyo ya lo cobra bien.  Lo digo con mi pensamiento socialista sin hipoteca de carnet.
Reciban un cordial saludo.  




                                        Juan J. Aranda
                                        Málaga  31 mayo 2004