En recuerdo de los antiguos funcionarios del Cuerpo de Bomberos de Melilla 20/03/2004
EN RECUERDO DE LOS ANTIGUOS FUNCIONARIOS DEL CUERPO DE BOMBEROS DE MELILLA
Viendo un reportaje en la TV de Málaga sobre el Cuerpo de Bomberos en la barriada de Churriana y también leyendo la contraportada de este periódico del sabado 8 de marzo donde los bomberos de Melilla realizarían una exibición en el Puerto Deportivo. Mientras veía ese reportaje de la TV malagueña y la fotografía de los bomberos de nuestra ciudad en este periódico, todos ellos jóvenes y en buen estado de salud, me vino a la memoria ese mismo Cuerpo de Funcionarios abnegados que trabajaban en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado en la calle de Fernández Cuevas. Mi padre, al que algunos de sus actuales compañeros habrán oido nombrar por el apellido que llevo, Aranda, como Imbroda, Añón, Mariano, Lorca, Auge, Bosch, Infante y tantos otros que ya no se encuentran entre nosotros, tenían un denominador común, aparte de su campechanía y ser muy buenas personas era el mísero sueldo que cobraban, a pesar de que hayan pasado más de seis décadas. Cuando cobraban 333´33 pesetas al mes, tal como leen: trescientas treinta y tres pesetas, tres perras gordas y tres céntimos, lógicamente éstos solo estaban en el papel, no existían fisicamente, y con una carga de tres y cuatro hijos que comían más que una “pupa viva”, porque había que hacer grande la España de Franco. La televisión no existía, y los aparatos de radio, el que lo poseía, servía para oír las novelas radiofónicas, como la lacrimógena Ama Rosa, que muchas vecinas después de fregar los platos al mediodía, se encajaban como lapas en cualquiera de los patios de vecinos junto a la tina llena de agua que el sol calentaba y al Don Pedro de flores rojas. El famoso toque de clarín que se podía escuchar segundos antes del “Parte”, Diario Hablado de Radio Nacional de España, o la Sociedad Española de Radiodifusión (SER) . “Aquí: EAJ 21 Radio Melilla, .....” era otra de las frases que cada día se escuchaba poco antes de las sempiternas y calcadas noticias diarias. Pero yo lo que más recuerdo era el romántico y antiguo cañonazo de estropajo de los Libertos del Penal; el que disparaban cada día a las doce de la mañana desde la loma de Ataque Seco. Había veces que se retrasaba algunos minutos y los niños subíamos monte arriba hacia el Destacamento artillero para decirle al cabo, a voz en grito desde fuera de la alambrada, que le dijera al oficial de guardia que le diera cuerda a su reloj, contestándonos los soldados con una pedrada a través de los alambres oxidados, cosa que era replicada con contundencia por parte nuestra, ya que las fuerzas atacantes, nosotros los cagones, y nuestras municiones eran inagotables por las muchas piedras pelonas que se encontraban por allí, mientras las suyas, compuestas de dos o tres soldaditos pelados con ganas de cachondeo y por su limpieza cuartelera, eran limitadas.
El recuerdo de un cuartillo que existía, según se entraba a mano derecha, en el Parque de Bomberos, era para el chofer de guardia de la regadera. Mi padre solía dormir allí en sus guardias, y a veces no llegaba a la casa porque había que llevarle la comida del mediodía para cuando saliera se fuera a trabajar a otro sitio hasta la noche. Frente a la puerta principal estaba el paredón frontero al río donde apresaron a los ladrones que robaron el cáliz y muchas cosas de valor de la Iglesia de Santa María Micaela, que entonces se encontraba en la calle Polavieja, junto al río. En el sitio donde trincaron a los ladrones erigieron una gran cruz, junto a los eucaliptos, en recuerdo del sacrilegio. A la izquierda se encontraban los garajes para las grandes regaderas viejas y obsoletas junto a los coches “rápidos”, como ellos llamaban a los utilitarios, y el camión de color grís que conducía Mariano. Mariano era el que se encargaba de transportar toda la carne desde el matadero municipal hasta los mercados y carnicerías de la ciudad. Existía una gigantesca regadera, creo que era de la marca Leyland, que tenía un volante de casi un metro de diámetro, con las ruedas macizas, y con la dirección “desasistida”, como todos los vehículos, la que muy pocos conductores podían manejar, y no como las direcciones de los camiones actuales, que con sólo un dedo mueves esas grandes ruedas. Entonces podías ver a esos hombres, que no eran gimnastas (para eso estaban los pobres), con unos brazos parecidos a dos tubos de mortadela.
Viendo un reportaje en la TV de Málaga sobre el Cuerpo de Bomberos en la barriada de Churriana y también leyendo la contraportada de este periódico del sabado 8 de marzo donde los bomberos de Melilla realizarían una exibición en el Puerto Deportivo. Mientras veía ese reportaje de la TV malagueña y la fotografía de los bomberos de nuestra ciudad en este periódico, todos ellos jóvenes y en buen estado de salud, me vino a la memoria ese mismo Cuerpo de Funcionarios abnegados que trabajaban en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado en la calle de Fernández Cuevas. Mi padre, al que algunos de sus actuales compañeros habrán oido nombrar por el apellido que llevo, Aranda, como Imbroda, Añón, Mariano, Lorca, Auge, Bosch, Infante y tantos otros que ya no se encuentran entre nosotros, tenían un denominador común, aparte de su campechanía y ser muy buenas personas era el mísero sueldo que cobraban, a pesar de que hayan pasado más de seis décadas. Cuando cobraban 333´33 pesetas al mes, tal como leen: trescientas treinta y tres pesetas, tres perras gordas y tres céntimos, lógicamente éstos solo estaban en el papel, no existían fisicamente, y con una carga de tres y cuatro hijos que comían más que una “pupa viva”, porque había que hacer grande la España de Franco. La televisión no existía, y los aparatos de radio, el que lo poseía, servía para oír las novelas radiofónicas, como la lacrimógena Ama Rosa, que muchas vecinas después de fregar los platos al mediodía, se encajaban como lapas en cualquiera de los patios de vecinos junto a la tina llena de agua que el sol calentaba y al Don Pedro de flores rojas. El famoso toque de clarín que se podía escuchar segundos antes del “Parte”, Diario Hablado de Radio Nacional de España, o la Sociedad Española de Radiodifusión (SER) . “Aquí: EAJ 21 Radio Melilla, .....” era otra de las frases que cada día se escuchaba poco antes de las sempiternas y calcadas noticias diarias. Pero yo lo que más recuerdo era el romántico y antiguo cañonazo de estropajo de los Libertos del Penal; el que disparaban cada día a las doce de la mañana desde la loma de Ataque Seco. Había veces que se retrasaba algunos minutos y los niños subíamos monte arriba hacia el Destacamento artillero para decirle al cabo, a voz en grito desde fuera de la alambrada, que le dijera al oficial de guardia que le diera cuerda a su reloj, contestándonos los soldados con una pedrada a través de los alambres oxidados, cosa que era replicada con contundencia por parte nuestra, ya que las fuerzas atacantes, nosotros los cagones, y nuestras municiones eran inagotables por las muchas piedras pelonas que se encontraban por allí, mientras las suyas, compuestas de dos o tres soldaditos pelados con ganas de cachondeo y por su limpieza cuartelera, eran limitadas.
El recuerdo de un cuartillo que existía, según se entraba a mano derecha, en el Parque de Bomberos, era para el chofer de guardia de la regadera. Mi padre solía dormir allí en sus guardias, y a veces no llegaba a la casa porque había que llevarle la comida del mediodía para cuando saliera se fuera a trabajar a otro sitio hasta la noche. Frente a la puerta principal estaba el paredón frontero al río donde apresaron a los ladrones que robaron el cáliz y muchas cosas de valor de la Iglesia de Santa María Micaela, que entonces se encontraba en la calle Polavieja, junto al río. En el sitio donde trincaron a los ladrones erigieron una gran cruz, junto a los eucaliptos, en recuerdo del sacrilegio. A la izquierda se encontraban los garajes para las grandes regaderas viejas y obsoletas junto a los coches “rápidos”, como ellos llamaban a los utilitarios, y el camión de color grís que conducía Mariano. Mariano era el que se encargaba de transportar toda la carne desde el matadero municipal hasta los mercados y carnicerías de la ciudad. Existía una gigantesca regadera, creo que era de la marca Leyland, que tenía un volante de casi un metro de diámetro, con las ruedas macizas, y con la dirección “desasistida”, como todos los vehículos, la que muy pocos conductores podían manejar, y no como las direcciones de los camiones actuales, que con sólo un dedo mueves esas grandes ruedas. Entonces podías ver a esos hombres, que no eran gimnastas (para eso estaban los pobres), con unos brazos parecidos a dos tubos de mortadela.
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